Foto: Alex Brandon/AP
Por Carlos Rodríguez
Habitamos un mundo tan raro que asumimos como “normales” cosas que no lo son. En un contexto político donde la lógica parece haberse desvanecido, el gobierno ha secuestrado la narrativa política, enviando mensajes subliminares a nuestro inconsciente colectivo. Nos dicen que Donald Trump es “una amenaza para la democracia” y que debemos “eliminar” tales amenazas. Sin embargo, en este juego de poder, la realidad se distorsiona.
Es alarmante pensar que han fallado dos intentos de asesinato contra Trump, mientras que el FBI anuncia una recompensa de US$150,000 para quien lo mate. Estas situaciones, que deberían ser motivo de preocupación para cualquier sociedad, son desdibujadas y se convierten en “cosas normales” en la retórica pública.
La narrativa se vuelve aún más confusa cuando observamos cómo Trump, quien fue elegido de nuevo, es presentado como un potencial dictador que encarcelará y hasta asesinará a sus opositores. En contraste, bajo la presidencia de Joe Biden, se han llevado a cabo allanamientos a la casa de Trump, múltiples sometimientos judiciales y hasta intentos de deslegitimarlo. Sin embargo, cuando ellos lo hacen, es “bueno”; lo malo es que Trump actúe de manera similar. Esta doble moral es un reflejo de la manipulación política en curso.
En las primarias demócratas, millones votaron por Biden, pero el proceso democrático se vio alterado cuando “quitaron” a Biden y “pusieron” a Kamala Harris, quien no fue elegida por el pueblo. Este tipo de decisiones, que deberían ser cuestionadas, son aceptadas como “democracia”. Se han creado consignas que conectan los planes de la administración actual con la idea de que Harris “ganaría” cosa que no pasó, mientras que la verdadera voluntad popular se ignora y se silencia.
Todo esto es extremadamente raro, pero, irónicamente, se ha convertido en “normal”. La capacidad de la sociedad para aceptar tales contradicciones y manipulaciones es un reflejo de la desensibilización ante lo que debería ser inaceptable. La política ha dejado de ser un espacio de representación y se ha transformado en un teatro donde las reglas del juego se adaptan a conveniencia.
En conclusión, es vital que tomemos conciencia de estas dinámicas y cuestionemos lo que se nos presenta como “normal”. La democracia debe ser defendida y entendida en sus verdaderos términos, y no como una herramienta que se utiliza y manipula según los intereses de unos pocos. Solo así podremos aspirar a un futuro donde la política sea un reflejo auténtico de la voluntad del pueblo y no un escenario de intereses ocultos.